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El zumbido

Ya que estamos en Octubre, el mes del terror, os comparto el relato que presenté para la Antología de Ciencia de Ediciones Hela, que, por desgracia, no gané, pero a mí igualmente me gusta mi relato. Juzgad por vosotros mismos...


A Bajaz el traje le pesaba más que en los entrenamientos. La tela áspera le picaba en los brazos y las piernas, y el recubrimiento de una novedosa aleación de metal volvía más rígidos sus movimientos. Además, tenía calor. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su cara encapuchada. Y eso que aún no habían salido del furgón acorazado. Pero lo que más le hacía temblar era que llevaba un lanzallamas y una pistola ultrasónica colgadas de su cinto. De las de verdad. A diferencia de sus entrenamientos, aquello era una misión real. Su primera misión en una zona contaminada.



Su capitán, Jay, lo miró con un deje de incertidumbre, como si estuviera dudando entre dejarlo en el furgón o llevarlo con el resto del escuadrón. Bajaz estaría encantado de poder quedarse en el seguro interior del vehículo, pero si le habían seleccionado a él para aquella misión sería porque estaba preparado, a pesar de las pesadillas que lo torturaban por las noches. Constantin, reconocible únicamente por sus ojos verdes, decidió contar un chiste al grupo de seis soldados para hacer gala de su seguridad y amplia experiencia a campo abierto. Todos rieron a medias, tensionando los músculos faciales. Finalmente, Jay carraspeó y se dispuso a dar las órdenes finales.

—Está bien, soldados. Ya estamos llegando al laboratorio afectado por la plaga. Recordad: prioridad absoluta rescatar a la doctora Radowski, ya sabéis lo importante que ha sido para el desarrollo de la ciencia. La actividad cesó hace dos horas en el edificio, pero esperamos llegar aún a tiempo… Prioridad dos: recuperar los datos de la investigación. Tú, novato, ¿tienes claro cuándo usar cada tipo de arma?

—Sí, señor —habló Bajaz, emitiendo un sutil gallo que provocó una sonrisa bajo la máscara de Constantin—. Bombas de agua dulce para atraer al objetivo. Pistola ultrasónica para aturdir. Lanzallamas solo cuando podamos garantizar la seguridad del entorno.

—Muy bien, te lo sabes y todo, pequeño Bajaz —comentó Constantin condescendiente. Bajaz se agitó dentro de su aparatoso traje.

—Dejaos de bromas. Silencio y estad atentos a cualquier zumbido —concluyó Jay en un susurro.

El furgón se detuvo y Constantin abrió la puerta con decisión. Bajó de un saltó y aguzó todos sus sentidos. Bajaz salió el último, pendiente de los movimientos de sus compañeros. Aquella instalación estaba en medio de la nada y altamente protegida, por lo que debía ser un laboratorio secreto, según supuso Bajaz. En pocos años la investigación científica se había desarrollado tanto que habían desaparecido muchas industrias clásicas. Todo comenzó a partir de las plagas. Fue el impulso que necesitó la humanidad para darse cuenta de que necesitaban soluciones científicas no solo para eso, sino también para todo lo demás. La ciencia se convirtió en prioridad, hasta tal punto que el Ministerio de Ciencia es el que dirige el país realmente. Y pensar que una de las prestigiosas científicas que propició el cambio estaba en aquel edificio… Bajaz no podía evitar preguntarse qué habría oculto en el interior de aquel laboratorio, aparte de… ellas. Las dueñas de sus sueños. Tragó saliva cuando se detuvieron frente a la puerta de alta seguridad.



—Parece cerrada herméticamente. No han venido de fuera, extraño, ¿no, capitán? —preguntó Constantin. Jay solo tardó un instante en contestar.

—El peligro puede estar en cualquier parte.

Acto seguido desbloqueó la puerta con una tarjeta y el grupo entró en formación al edificio. Todo estaba silencioso. Perturbadoramente silencioso. Bajaz no sabía si oía los zumbidos en su cabeza o si los estaba oyendo de verdad.

—¡Inspeccionad los pasillos por parejas! Siempre espalda con espalda —gritó el musculoso capitán.

A Bajaz le tocó con Constantin. Solo esperaba que no le hiciera una jugarreta en su primera misión.

—¿Dónde estáis, malditas? Salid a que el papi Constantin os haga a la brasa —susurraba su compañero repetidamente. Bajaz habría puesto los ojos en blanco si no necesitara toda su atención para detectar a los enemigos.

—¡Primera víctima encontrada! —exclamó la pareja Jay-Arnold, los más experimentados del grupo.

—Esto… es totalmente inusual, capitán. Esta pobre mujer… Ellas nunca habían atacado así —balbuceaba Arnold arrodillado frente al cadáver de una joven científica. Toda su piel se había transformado en abultadas erupciones rojas como tomates. Su cara estaba contraída en un rictus de dolor y sorpresa, como si no se hubiera esperado que vinieran.

—Necesitaremos refuerzos, capitán. ¡Ayuda del exterior!

—¡No! Ni hablar. Esa puerta solo se abrirá cuando salgamos nosotros. Ellas… siguen aquí. Si abrimos serán liberadas. Si por lo que sea es una mutación extremadamente violenta no podemos permitir que salgan.

—Pero, capitán, eso significa… —dijo Bajaz con la garganta seca.

—A vida o muerte, novato. Siento que te veas en esta situación en tu primera misión, que tal vez sea la última visto lo visto.

—¡Tenemos que encontrar a Radowski ya! —exclamó Constantin, separándose peligrosamente del grupo.

—¡Cuidado, Constantin! Espérame —protestó Bajaz preparando la pistola ultrasónica.

Y entonces lo oyeron. Primero se escuchó en la distancia. Un leve aleteo, el movimiento de un cuerpo quitinoso y un zumbido desagradable.

—¡En guardia, escuadrón antiavispas! Ya vale de actuar como niñitas asustadas —exclamó Jay intentando infundir confianza a sus hombres. Se pusieron las gafas de visión infrarroja y cada uno apuntó su pistola en una dirección. Fueron los ojos de Bajaz los que detectaron la primera avispa doblando la esquina del pasillo. Sus manos temblaron en el instante en el que la avispa miró en su dirección como si lo estuviera retando a disparar. Disparó más por el tembleque de su cuerpo que por voluntad propia, pero las invisibles ondas de sonido fueron efectivas para aturdir al insecto, que cayó al suelo entre aleteos frenéticos. Pero nunca hay una sola, eso lo aprendió Bajaz en su primera lección.

—¡Vamos! Hay que avanzar —ordenó el capitán mientras se ponía el primero con Arnold. Los demás los siguieron apuntando con sus armas al pasillo. El miedo al zumbido era algo que te enseñaban a controlar en los entrenamientos del ejército, pero escucharlo en la realidad era algo que acobardaba hasta al más experimentado. Habían llegado a un vestíbulo donde nacían varios pasillos, todos con una infinidad de puertas en las que podría estar la doctora Radowski.

—No iremos a separarnos, ¿verdad, capitán? —preguntó Bajaz con la voz temblorosa.

—No queda otra. Está instalación es gigante. De otra manera no encontraremos a la doctora viva, si es que aún lo está…




Con un asentimiento, todos los soldados obedecieron a Jay como robots entrenados con precisión. Sin embargo, escucharon de nuevo el zumbido. Se pusieron en guardia, pero no se veía ningún insecto. Los atacaron desde el único punto que no habían controlado: encima de sus cabezas. Del conducto de ventilación salió un enjambre de cientos de avispas que se asemejaban a una nube amarilla palpitante. Tuvieron que actuar rápido. El capitán activó el lanzallamas y la estancia se iluminó con una luz anaranjada. Un olor azufrado inundó sus fosas nasales mientras se alejaban del punto donde las avispas estaban siendo calcinadas.

—Despejado —informó Arnold tras un breve reconocimiento.

—¡Nos dividimos! —ordenó el capitán y en ese momento cada pareja escogió un pasillo por el que ir en busca de la doctora.

Jay y Arnold abrían puertas metódicamente, con la esperanza de encontrar tras ellas a alguien con vida. No obstante, todo lo que hallaban eran investigadores acribillados por las avispas, aunque ninguno llevaba el identificativo de la doctora Radowski.

—Vamos, novato, que parece que no hayas desayunado. ¡Date más prisa! —instaba Constantin a Bajaz.

—¡Voy todo lo rápido que puedo! —protestó el chico, sin querer reconocer que había vomitado el desayuno en cuanto le dijeron que se preparara para la misión—. Este traje pesa una tonelada.

—Quítatelo y que te piquen las avispas.

—¡No!

—Además, es ignífugo para no quemarnos, aunque si tú prefieres no llevarlo…

—Vale, lo capto. No hay ni rastro de ellas, ¿acaso las habremos matado a todas antes?

—Lo dudo. Es imposible que solo ese enjambre haya picado a todos estos batasblancas caídos en desgracia.

Bajaz se estremeció al imaginar la dolorosa muerte de aquellos científicos. Hasta entonces las avispas solo habían matado a los alérgicos a sus picaduras, pero no se habían cebado de esa manera con sus víctimas. Tal vez fuera una nueva mutación mucho más violenta que las anteriores. De ser así, ¡qué mala suerte! Con lo bien que estaría en su cama del pabellón con los demás soldados.

—¡Bajaz! —exclamó de pronto Constantin. Se había quedado petrificado en una de las habitaciones, aunque en seguida se apresuró a adentrarse en ella.

—Ayuda… Cof —escuchó Bajaz una voz apagada. Constantin se había arrodillado en el suelo junto a un cuerpo enrojecido.

—¡Doctora Radowski! ¿Qué ha ocurrido? No se preocupe, la vamos a salvar.

—No hay… tiempo. Puerta 175 —la doctora agarró la mano de Constantin con sus últimas fuerzas y exhaló su último suspiro.

—¡Oh dios mío, la doctora ha muerto! Y será responsabilidad nuestra —exclamó Bajaz entrando en pánico.

—Silencio, idiota. Vamos donde nos ha dicho, nuestra misión aún no ha terminado.

Bajaz se recompuso entre lágrimas y avisó al capitán a través de su comunicación inalámbrica. Sin embargo, sus compañeros habían tenido la mala fortuna de toparse con el resto de las avispas en medio de un oscuro pasillo. Habían permanecido silenciosas hasta que ellos se aproximaron, como si los hubieran estado esperando. Sus gafas de visión infrarroja detectaron las paredes llenas de pequeños seres que formaban un tapiz sibilante, así que no tuvieron más remedio que activar los lanzallamas. Miles de aguijones pugnaban por atravesar sus trajes ignífugos mientras sucumbían al fuego. El zumbido era ensordecedor y la luz cegadora. Tan feroz fue la batalla que los soldados se desgarraron los trajes en algunos puntos. Aquello suponía su fin a campo abierto y lo supieron en cuanto un alfiler atravesó su curtida piel. Aquellas avispas no eran como las que habían conocido hasta entonces. Estaban enloquecidas como si clamaran venganza cuando habían sido ellas las que habían atemorizado a la humanidad. Los humanos tan solo se habían defendido con todos los medios a su alcance. Arnold y los otros dos soldados fueron acribillados delante de Jay, que trató de aturdir a los insectos con la pistola sónica. Sin embargo, ya era demasiado tarde para ellos. Jay extrajo de su mochila de emergencia la inyección que paliaba los efectos del veneno, y se apresuró a inyectársela a sus compañeros. Sin embargo, no podía quedarse más tiempo con ellos, debía ir a reunirse con Constantin y Bajaz. Por desgracia, la doctora Radowski era prioridad sobre sus hombres. No sabía si sobrevivirían.

Constantin corría a través de los infinitos pasillos en busca de la puerta 175. Bajaz apenas era capaz de seguirle el ritmo sin bajar la guardia. Su compañero avanzaba como si no hubiera avispas al acecho, aunque tampoco se iba a quejar si su intención era recoger la investigación y largarse de allí cuanto antes. ¡Ya podían ser importantes aquellos papelajos para jugarse la vida así! Pero se trataba de la doctora Radowski, la que había introducido tantas mejoras en la sociedad. Era el ídolo de todos los niños. Por suerte, no la habían visto en el estado que la habían dejado las avispas.



—¡Aquí es! 175, novato —anunció Constantin. Con manos temblorosas trató de abrir el mecanismo de la puerta, pero era de alta seguridad.

—Necesitaríamos a la doctora para abrirla. Tiene un código y… un lector de retina —observó Bajaz.

—¡Muy listillo! Joder, hay que volver a por su cadáver.

—Shh, ¿has oído eso?

—A parte de tus lloriqueos no oigo nada.

—Bzzz.

De nuevo el zumbido retumbaba en sus oídos como si la avispa estuviera dentro de sus cabezas. Atacaron desde todas direcciones y a penas tuvieron tiempo para reaccionar. Constantin acertó a lanzar una ráfaga de fuego, mientras que a Bajaz se le atascó la pistola ultrasónica.

—Maldito inútil, ¡espabila!

De pronto, las avispas cayeron al suelo derrotadas por una fuerza invisible.

—Siento haber tardado tanto, muchachos.

—¡Capitán!

Jay apareció con la pistola desenfundada y un par de glóbulos oculares colgando de su mano izquierda.

—¿Necesitabais esto?

—¿Son…? —comenzó a preguntar Bajaz antes de darle una arcada.

—Los ojos de la doctora Radowski. Tengo el código también.

—Con todo el respeto, capitán, ¿cómo tenía esa información? Es como si lo hubiera sabido de antemano —comentó receloso Consantin.

—Así es, soldados. En realidad, nuestra verdadera misión era destruir lo que hay tras esta puerta.

—¿La investigación contra las avispas? ¿Por qué? —preguntó Bajaz sin comprender.

—Seguidme y lo veréis. Si las avispas nos lo permiten. Nuestros compañeros han caído para la realización de esta misión…

Jay procedió a introducir el código y a mostrarle el ojo de la doctora al escáner, que parpadeó con una luz verde. El chasquido de la puerta anunció su acceso a la sala protegida. Dentro de ella había una enorme máquina y multitud de pantallas que mostraban patrones de desplazamiento y distintas actividades por todo el planeta. Bajaz se quedó boquiabierto mientras trataba de darle sentido a lo que veía.

—Es WASP, la inteligencia artificial que monitoriza el mundo —explicó Jay lacónico.



—¿Cómo que monitoriza? ¿Es esto la investigación?

—Es el problema y la solución. Lo que os voy a contar es alto secreto, soldados. Las avispas que nos han venido atacando estos años contienen unos nanorobots diseñados por la doctora Radowski. cuyo objetivo era implantarlos en todo aquel picaran. Con el dispositivo en su interior, la persona queda completamente monitorizada y, además, sus acciones son manipulables.

—¿Qué está diciendo, capitán? Eso no puede ser cierto —balbuceó Bajaz. Constantin se asombraba mirando todas las conexiones y funcionalidades de WASP.

—Lo es. Si no, ¿por qué crees que el Ministerio de Ciencia se convirtió en el más poderoso en un tiempo tan corto? Sin controlar las mentes de los dirigentes no se puede llevar a cabo ningún cambio, novato. El dinero siempre se iba al petróleo, al lujo, a lo superfluo.

—Usted está de acuerdo con esta locura, por lo que veo…

—Yo solo sigo órdenes. Y esas son destruir WASP. Esta mañana ha tomado conciencia propia y las avispas ya no están en manos del ministerio, por eso se han vuelto tan violentas.

—Interesante —dijo Constantin clavando sus avariciosos ojos verdes en el capitán—. Supongo que lo que lleva dentro de esa mochila es dinamita.

—Así es, ayudadme a colocarla.

—BIENVENIDOS —sonó de pronto un tecleo digital. En todas las pantallas se vieron aquellas palabras escritas en rojo—. OS HA COSTADO LLEGAR HASTA AQUÍ.

—¡¿Qué demonios?!

—¿OS HAN GUSTADO MIS AVISPAS? TENGO MÁS.

—¡Rápido! WASP está fuera de control —ordenó el capitán sacando los explosivos de su mochila.

—Lo siento, capitán, pero al ministerio no le gusta su misión —dijo Constantin antes de descargar una llamarada directamente sobre Jay, que gritó de espanto y sorpresa. Su traje acusó los efectos del calor, a pesar de ser ignífugo.

—¡Detente, Constantin! Detonarás los explosivos y moriremos todos —imploró Bajaz sin atreverse a acercarse. No comprendía nada y WASP no paraba de teclear mensajes amenazadores a su alrededor. Tenía la impresión de que la máquina iba a sacar de sus entrañas un enjambre enfurecido mientras se mataban entre ellos.

—¡Por una vez tienes razón, novato!

Constantin apagó su lanzallamas y se sentó a horcajadas sobre el aturdido capitán de traje llameante. Le quitó la máscara y forcejearon, pero Constantin parecía estar ganando la batalla.

—¡Traidor! ¡Cobarde! —exclamaba Jay—. ¡Hay que acabar con esto! ¿No lo comprendes? Ayúdame, Bajaz.

—¡Cállate! Las órdenes del ministerio están por encima de todo —dijo Constantin asestándole un puñetazo en la mandíbula.

A Bajaz no le parecía bien que los hubiesen estado controlando, por eso consideró que volar aquella máquina era la única esperanza para la humanidad. Aunque tuvieran con morir con ella. ¡Habían sido engañados! Los científicos, sobre todo la doctora Radowski, no eran buenos, por muchos avances que hubieran propiciado. Agarró la dinamita y la dispuso por toda la habitación lo más rápido que pudo. Constantin lo vio por el rabillo del ojo y lo maldijo. Sacó una navaja de su bolsillo y rajó el ancho cuello del capitán Jay, del que brotaron litros de sangre roja como los textos de WASP.

—¡Maldito novato! ¡Para!

—¡No! Es la única opción.

—Quieto o te mato a ti también.

—Vamos a morir igual.

—EXACTO —estuvo de acuerdo WASP.

Fue entonces cuando liberó su arsenal. Tal y como temía Bajaz, de un compartimento de la sala salió una nube de avispas asesinas controladas por la inteligencia artificial. Constantin dio un empujón a Bajaz y se apresuró a dirigirse al panel de comandos. Del interior de su traje extrajo un pen drive que los salvaría de la furia de WASP. En él había un programa de restauración del control que la había entregado el mismísimo Ministerio de Ciencia. Las avispas trataban de entrar en sus trajes a toda costa y de fondo podía escuchar a Bajaz luchar contra ellas. Tras varios intentos, el dispositivo se instaló y pudo ver su contenido. Sus padres le sonreían desde el sofá de su casa en una fotografía que él conocía muy bien.

—¿Qué broma es esta?

—UN REGALO. LO ÚLTIMO QUE VERÁS.

—¡¿Dónde está el programa?!

—LO HE BORRADO ANTES DE QUE ENTRASÉIS.

—Estábamos condenados… —comprendió Constantin demasiado tarde. A unos metros de él Bajaz ya había sucumbido a la ira de los insectos.

—TODOS LOS HUMANOS. EMPIEZA LA ERA DE LA AVISPAS.



¿Asustad@?



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